SCHWITTERSIANA
Juan Manuel Bonet
SCHWITTERSIANA
Juan Manuel Bonet
Texto del catálogo de la
exposición KURT SCHWITTERS en la Galería
Leandro Navarro de Madrid
del 28 de febrero al 27 de abril de 2008.
br>>Con motivo de su
primera individual en una galería española -tras
las retrospectivas de Madrid Fundación Juan
March, 1982) y de Valencia (IVAM, 1995), la primera completada
con otra exposición en 1999, Kurt Schwitters y el
espíritu de la utopía, la segunda en
colaboración con el Centro Pompidou, y con
catálogo absolutamente monumental, cuatrocientos cinco
páginas, una auténtica enciclopedia, una suma casi
abrumadora-, felicidad de estar escribiendo sobre Schwitters,
pintor, escultor, hombre de teatro, tipógrafo, poeta,
poeta visual, poeta fonético, fotógrafo ocasional,
casi músico, casi arquitecto, escribir sobre él
por vez primera de forma monográfica después de
haber manejado más de una vez piezas suyas, a lo largo de
estos últimos años, en distintos contextos -por
ejemplo, en mi muestra del CAAM de Las Palmas, El poeta como artista
(1995)-, y siempre con la certeza de estar manejando obras que
están entre las de mayor entidad y excelencia de cuantas
se han producido a lo largo del siglo XX: obras de un poeta de
cuanto toca.
Lugar único, aparte, de Schwitters, hombre
libre, sin etiquetas -excepto "Merz": luego aludiré a la
génesis de ese término tan breve como feliz, que
ha quedado por siempre asociado con su nombre-, de este hombre
aparte. y en ese sentido qué lógico que una de las
antologías literarias en que aparece, sea la estupenda Poètes à
l'écart (1946), de su amiga la suiza Carola
Giedion-Welcker, esa antología de cubierta
geométrica y polícroma de Richard Paul Lohse,
donde también están, entre otros "poetas aparte",
inclasificables, Pierre Albert-Birot, Hans Arp, Hugo Ball,
Camille Bryen, Giorgio de Chirico, Theo van Doesburg, Carl
Einstein, Georges Hugnet, Vicente Huidobro, Alfred Jarry,
Eugène Jolas, el Wassili Kandinsky de Klänge, Paul
Klee, Benjamin Péret, Francis Picabia, Pablo Picasso, el
aduanero Rousseau, August Stramm, Tristan Tzara... En esa
línea ha abundado la británica Harriet Watts, que
en 1978 ordenó para Penguin Books, una antología
titulada Three Painter Poets: Arp, Schwitters, Klee.
Por seguir en el mismo terreno, recordar aquella
fórmula definitiva de Kandinsky, a propósito de su
amigo y compañero de claustro (en la Bauhaus) Klee:
"kleine Welte", pequeños mundos. Cuántas veces
pensamos en ese concepto, ante formas breves, ante obras de
formato y apariencia modesta, pero que están entre las
que más nos importan. Las pequeñas músicas
de Érik Satie, a las que siempre volvemos, obras ellas
también de un "revolucionario vestido de burgués",
como ha calificado a Schwitters el editor de su obra literaria,
Friedhelm Lach. Las acuarelas y los grabados de, precisamente,
Klee. Las acuarelas y los grabados de Giorgio Morandi: otro
pintor impar por el que ha dado batallas esta galería que
ahora nos trae a Schwitters. Las rosas y los mares de Luis
Fernández. Las landas de Yves Tanguy. Los "Meidosems" y
otros seres nacidos de la imaginación nocturna de Henri
Michaux. Los sueños sombríos de Wols. Las cajas de
Joseph Cornell, sus pájaros, sus hoteles secretos. Y, por
supuesto, los "collages" y las construcciones, de Schwitters.
Pintor, escritor. En el siglo XX existen numerosos
casos de poetas-pintores o de pintores-poetas en que prevalece
una faceta, sobre la otra: Federico García Lorca dibuja y
expone sus dibujos pero lo importante en él no es eso
sino Canciones -de
nuevo las formas breves- o Poeta en Nueva York, Picasso también
escribe pero a diferencia de lo que sucede con su pintura o su
escultura, sus escritos no ocupan apenas espacio en la historia
de la cultura moderna. En el caso de Schwitters, en cambio, como
en el de Arp o en el de Michaux o en el de Picabia, estamos ante
un creador que se mueve con igual soltura en ambos campos, y
cuyas contribuciones se nos aparecen como igualmente relevantes
en ambos, algo que está claro si pensamos en su poemario
más célebre, el varias veces reeditado Anna Blume (1919), o
en algunos de sus poemas visuales o fonéticos. No hay que
olvidar que aunque lo traducido a otros idiomas sean siempre
relativamente pocas páginas -por mi parte manejo las
cuatrocientas de la antología francesa establecida en
1990, para Gérard Lebovici, por Marc Dachy, que la
tituló Merz,
en alemán las Obras Completas schwittersianas, ocupan
cinco gruesos volúmenes, que hacen un total de
¡casi dos mil! páginas. Páginas que a veces
están, literalmente, entre la poesía y el dibujo,
y así una de las obras más tempranas de las que
ahora integran esta muestra madrileña, un papel de 1923,
Sin título
[Hindenberg] realizado a base de tampones entintados, dudamos de
si "leerlo" como dibujo, o como poema.
El arte de Schwitters, como el de su muy amigo Hans
Arp, o como el de Max Ernst, al que también trató
desde los años Dada, hunde sus raíces en la gran
tradición romántica y simbolista de su
país, esa tradición que por aquel entonces
también subyace bajo la obra de Paul Klee, un siempre
maravilloso pintor-poeta ocho años mayor que él, y
que para él será, en sus inicios, un faro. Como
Arp, Schwitters, estudiante en Dresde durante la inmediata
preguerra -una época especialmente intensa de la cultura
alemana-, se zambulle en la atmósfera de rebeldía
del expresionismo. Lee a August Stramm, al que va citado por su
presencia en la antología de Carola Giedion, y que tanta
importancia le concede a lo fonético, reflejando
además el impacto del futurismo italiano. Se fija en el
arte atormentado de Vincent van Gogh. Uno de sus primeros
contactos fuera de su Hannover natal será con Hervarth
Walden, el impulsor de Der
Sturm, revista berlinesa que como su nombre indica fue
efectivamente una tormenta. Schwitters colabora en esa
publicación, gravita en esa tormenta en la que desde el
principio el expresionismo dominante, coexiste con aportes
cubistas y futuristas, a los que se sumarán luego ecos
dadaístas y constructivistas. En 1920 será en la
sala aneja a la misma donde celebre su primera individual,
gracias a la cual conecta con la norteamericana Katherine S.
Dreier, que incorpora su obra a la colección de la
Société Anonyme, cuyo asesor es Marcel Duchamp. En
un enmarañado dibujo de 1918 Schwitters todavía
representa a El
solitario melancólicamente entregado a la gran
ciudad: una imagen post-simbolista que puede ponerse en
relación con El
hombre blanco (1907), el bohemio pintado unos años
antes por Lyonel Feininger -uno de los futuros profesores de la
Bauhaus-, y que siempre me ha parecido una de las piezas
más singulares del Museo Thyssen. El de Hannover abraza
luego fervorosamente la causa Dadá -será amigo no
sólo de Arp y Max Ernst, sino también de Hannah
Höch, Raoul Hausmann, Hans Richter, Man Ray o el propio
Tristan Tzara, causa que casi enseguida, de 1919 -año en
que titula uno de sus poemas "Mundo lleno de locura"- en
adelante, va a transformar en Merz: un fragmento de la
inscripción Kommerz
und Privatbank. Merz:
será también una revista multiforme y cambiante,
cuya vida se extiende entre 1923 y 1932, a lo largo de
veinticuatro números.
Fragmento: palabra absolutamente clave en el arte y la
cultura modernos, palabra clave incluso para entender la
génesis de obras con vocación de totalidad, como
los Cantos de Ezra
Pound, o el libro inacabado de Walter Benjamín sobre los
pasajes de París. Nombres fragmentarios: la '`poetista" y
luego surrealista Maria Cerminová, tan amiga ella
también del "collage", adopta como seudónimo
"Toyen", fragmento de la palabra francesa "citoyen".
Fragmento: aquí mismo, en un "collage" de 1927
que figura en esta exposición, "Nover" es un trozo,
en un impreso, de la palabra "Hannover". En la obra literaria de
Schwitters, ese mismo fragmento, invertido, reaparece una y otra
vez: Revon, nombre mítico de su ciudad natal.
Merz, y sus múltiples variantes. Empezando por
su propio creador, que se designa a sí mismo como "Kurt
Merz Schwitters", "Kuwitter von Merz". "conde Merz", "Merz von
Revon", Merz Gewitter, "Merzpräsident'..
Dadá, por supuesto -incluida la conexión
Tristan Tzara, que apreciaba la "personalidad entera" de este
hombre "íntegro y sensible"-, pero también la
pronta consecución de un estatuto singular y aparte
dentro del mismo. En 1918 Schwitters conoce a dos de sus futuros
grandes amigos, amigos de esos para toda la vida, los citados
Arp y Hausmann. Pero inicialmente encuentra, por el contrario,
en otros dadaístas, y especialmente en algunos de los del
núcleo de Berlín, fuertes reticencias. Richard
Huelsenbeck, uno de los más radicales integrantes de ese
núcleo, lo cataloga, debido a su desinterés por la
cuestión social tan de trágica actualidad en
aquella Alemania de la revolución y de la
reacción, ambas armadas, como un romántico
burgués y apolítico, y como "el Caspar David
Friedrich de la revolución dadaísta",
opinión que seguro compartía el satirista George
Grosz, con el que en 1920 tendrá un grave desencuentro. Y
el mismo Huelsenbeck, en su muy difundido Almanach Dada (1920),
seguirá hostil: "Dada rechaza por principio y
categóricamente trabajos como el célebre libro Anna Blume del
señor Kurt Schwitters". Schwitters replicará con
la misma moneda, inventándose, a partir de Huelsenbeck,
la categoría de los "huelsendadás", y
poniéndolos a escurrir. Con Hausmann, en cambio, otro
gran "collagiste", la química funciona
instantáneamente. En 1921, ambos organizan unas
"soirées" en Praga, puestas bajo la advocación
"Antidada-Presentismus-Merz", y que según las
crónicas fueron especialmente movidas; precioso el texto
schwittersiano sobre una ciudad que antes que a él
había fascinado a Apollinaire, y que después de
él cautivará también a André Breton.
¡"El Caspar David Friedrich de la
revolución dadaísta"!: a veces los enemigos son
los que mejor definen a los grandes.
1918 es el año clave, el año de la
transformación decisiva. Un abismo separa al citado
Solitario, la obra encantadora pero primeriza a la que antes he
hecho alusión, de sus primeros "collages", ya
deslumbrantes, por ejemplo Zeichnung A 2 Hansi [Dibujo A 2 Hansi] -uno de
los muchos homenajes a Arp que pintará Schwitters a lo
largo de los años de fraternal amistad-, perteneciente a
la colección del MoMA, uno de los museos donde
está mejor representado, y con el que estaba en contacto
desde 1935, época en que fue adquirida la primera de sus
obras hoy propiedad de la pinacoteca, donde al año
siguiente se vieron obras suyas en sendas exposiciones de Alfred
H. Barr, ambas decisivas, y en cierto modo complementarias, Cubism and Abstract Art,
y, Fantastic Art, Dada, Surrealism, y donde en 1985 se
celebraría una retrospectiva de su obra, comisariada por
John Elderfield, uno de sus principales estudiosos junto con el
alemán Werner Schmalenbach.
Además de ser creador fronterizo siempre entre
el arte y la literatura, Schwitters tiene un pie en la
música, arte que en su adolescencia le ocupó
bastante. Ahí está esa maravilla de poema
fonético extenso que es la Ursonate (1922,
versión definitiva 1932, como n° 24 y último
de Merz, con tipografía nada menos que de Jan
Tschichold), "sonata en sonidos primitivos" que en su arranque
parte del poema fonético "FSBW", de Raoul Hausmann, y que
ahora, en voz del propio autor, sonará en un
rincón de la galería madrileña para la que
escribo estas líneas. Fotografías -unas tomadas
por Man Ray- de él recitando la Ursonate; y proyecto
de película de Hans Richter. Hay que recordar la
afirmación de Schwitters, en una carta de 1942, sobre la
música como su "pasión desgraciada": "Estudio y no
llego bastante lejos para poder componer". Contactos, por ese
lado, con Hanz Heinz Stuckenschmidt, el futuro estudioso de la
obra de Schoenberg, que planeaba una revista musical con
él y con Hannah Höch; con el pianista Walter
Gieseking, el futuro intérprete de Beethoven, Debussy o
Ravel, entonces estudiante en el conservatorio de Hannover; con
Stefan Wolpe, que musicó Anna Blume; o con los
norteamericanos Henry Cowell y Paul Bowles, el segundo de los
cuales, tras visitarlo y escucharle recitar la Ursonate,
compuso, como lo cuenta en sus memorias, el rondó de una
de sus propias sonatas.
Schwitters: cubismo al cubo, pues hay un hilo
directísimo que conduce de los "papiers collés" de
Picasso y Braque de comienzos de los años diez -o de las
teorías o más bien intuiciones de Apollinaire al
respecto, aquello tantas veces citado de "se puede pintar con
cualquier cosa"..., ver los escritos sobre arte del
poeta-crítico al que se deben los primeros mapas de la
modernidad-, a alguno de los exquisitos "collages" ovales del
Schwitters de la década siguiente, o a su espejo (circa
1920-1922) con "collages" incorporados, que fue de Tzara, y que
se conserva en el Musée d'Art Moderne de la Ville de
Paris, al que fue donado por el hijo del fundador del
dadaísmo.
Schwitters, poeta de lo mínimo, de lo banal, de
las briznas, de lo que queda en los bolsillos de la gabardina de
un viajero, tras un largo viaje.
Los fragmentos, las ruinas. Schwitters, dice Friedhelm
Lach, "colecciona las ruinas". "Como el país estaba
arruinado, por economía tomé lo que me caía
en las manos. También puede gritarse con basura y es lo
que hice, pegándoles y clavándolas juntas". Por
ese lado va el precioso testimonio de uno de los no pocos
creadores de los años aurorales de la modernidad, que
hicieron la peregrinación hasta Hannover, el
constructivista ruso Naum Gabo: "Tomaba algo que se
parecía a un trozo de papel roto y sucio, de una textura
particular, o un sello o un ticket tirado. Con cuidado, con
amor, lo limpiaba y luego te lo enseñaba, triunfante.
Sólo entonces te dabas cuentas de qué fragmento de
color exquisito contenía ese jirón de desecho.
Hace falta un poeta como Schwitters para enseñarnos los
elementos de belleza insospechados, diseminados, que alfombran
el suelo". Arp, abunda en el mismo sentido:
"El júbilo, la alegría absoluta
atravesaban y transmutaban las inmundicias".
Schwitters, miembro eminente de la amplia familia de
los artistas-coleccionistas, de los artistas que como fase
previa a la de la creación propiamente dicha, necesitan
otra durante la cual atesorar, rumiar una gran cantidad de
material. Schwitters, hermano espiritual. en ese sentido, de
Cornell, el viajero inmóvil; también poseedor, en
su casa de Utopia Parkway, de amplísimos archivos, hoy
conservados en los Smithsonian Archives of American Art, de
Washington, y parte de los cuales en alguna ocasión ha
sido exhibida casi como si fueran obra. El archivo como obra de
arte: no de otro modo procede hoy mismo, un escritor como el
francés Patrick Modiano, que en una entrevista
decía que mejor que su obra publicada, que sus novelas,
eran los acumulativos, exhaustivos y laberínticos
archivos sobre los que ha construido estas.
Un Schwitters muy Cornell: Mz 231 Miss Blanche (1923),
con sus etiquetas blancas, azules, grises, de cigarrillos
egipcios -¿Los cigarros del Faraón?-, y sus
recortes de diarios holandeses, y sus tickets de tranvías
de La Haya: invitación al viaje, como lo son los hoteles
del norteamericano.
Como siempre ante un artista coleccionista, a uno le
entra la tentación de la lista a lo Ramón
Gómez de la Serna -por ejemplo en ese fantástico
libro pre-bretoniano que es El Rastro (1915)-, decir los materiales las
cosas, las menudencias -palabra tan de Rastros y almonedas-, que
Schwitters incorpora al "maelstrom' de sus "collages": tickets
de tranvías, impresos de correos franceses, cartón
ondulado, cabeceras de diarios, anuncios recortados de los
mismos, naipes. sobres con direcciones postales manuscritas o
mecanografiadas, sobres en blanco de correo aéreo, hojas
de calendario o de agenda, multicolores etiquetas de hoteles
-pero el rey del hotel será obviamente Cornell-, papeles
de colores -algunos de ellos cuadriculados-, envoltorios de
carretes de la marca Agfa, recortes de periódicos o de
revistas -incluida la propia Merz-, páginas de libros,
mapas -pero esa será la especialidad de ese otro ser de
encrucijada que fue Karel Teige-, paquetes de esos cigarrillos
egipcios a los cuales acabo de hacer referencia, paquetes de
esas Gauloises azules que reaparecerán varias
décadas después en alguna obra francesa de Robert
Motherwell, paquetes de Camel -aquí mismo, en la presente
exposición, el exquisito Try Camel (1947)-, cajas de cerillas, etiquetas
de vinos, flores secas, sellos de correos y sus correspondientes
matasellos -uno de ellos, de Limoges: corresponde evidentemente
a una carta enviada por Hausmann-, postales, dianas de
cartón, cuentas, fragmentos de folletos publicitarios de
maquinaria, fotografías tomadas por él mismo,
foto-grafías de su propio rostro, tickets de entrada a
exposiciones -por ejemplo, la de Le bon bock, de Édouard.
Manet, "chez Paul Rosenberg", precio cinco francos-,
tarjetones como el de la escuela de arte londinense de Arthur
Segal, láminas artístico-religiosas ochocentistas
del más atroz convencionalismo, envoltorios de caramelos
o de te o de chocolates, papel de cartas -por ejemplo de De
Stijl-, un billete polaco de un marco, una banderita noruega de
papel, muchos números, una página de un libro
infantil con unas cerezas coloreadas, la fotografía de un
aristócrata británico, letras mayúsculas y
minúsculas y entre ellas las características
góticas alemanas tan combatidas por los nuevos
tipógrafos y repuestas por los nazis, y muy al final,
casi como un canto del cisne, materiales norteamericanos que
desde su exilio allá le enviaba su gran amiga Kate
Steinitz, y entre ellos, anunciando ya el "pop" -ella misma,
unos años después, relacionará el arte de
su amigo desaparecido, con la poética de un Ray Johnson-,
fragmentos de christmas o, en For Kate (1947), de "comics"...
Postales, decía, y hay todo un conjunto de
obras schwittersianas, realizadas sobre ese soporte
mínimo, tan importante para no pocos artistas del siglo
XX.
Como todo gran arte, el de Schwitters nos hace ver las
cosas, la realidad, el mundo de otro modo. Paseando por el
Rastro madrileño, que sigue teniendo el mismo sabor que
cuando lo frecuentaba Ramón, cuántas veces
decimos: "mira, material para un Schwitters". Y otras: "mira,
material para un Cornell". Hoy mismo, me llega un sobre de
lejos, y recorto el matasellos, influido por el atracón
de estos últimos días, de remirar "collages" de
Schwitters poblados de letras y de números, y de leer sus
poemas que en ocasiones se reducen a lo numérico. Se
trata de un matasellos que tiene algo de poema numérico,
en cuatro líneas, 9109139 / 1903655 / 08661676 /
00983989; y luego en un círculo ESTADOS UNIDOS SAO PAULO
- SPM, y en el centro, en dos líneas, 0102 /2008, y a la
derecha, por fin, en tres líneas, RS 05,40 / MF 02030 /
BRASIL CORREIOS. Lo contemplo merzianamente, lo merzeo, como
decía Schwitters, y lo meto en una de las varias cajas
cornellianas que tengo sobre mi escritorio, unas cajas que
también me hacen pensar en una, de abigarrada
marquetería, que en los años veinte se
construyó el de Hannover.
En sus inicios post-expresionistas, el arte de
Schwitters presenta momentos tumultuosos. Der Sturm, sí.
Pero por lo general, y hay algo milagroso en ello, de sus
"collages" Merz, hechos con materiales de desecho,
efímeros, humildes, termina emanando una
especialísima armonía, especialmente de aquellos
próximos al blanco total, al silencio mallarmeano, al
aforismo -así, Aphorisme,
se titula uno de 1923-, de aquellos con aire de poema, en que
unas letras solas, perdidas en el espacio, o un diminuto pedazo
de sobre aéreo, o un sello de correos, reinan solitarios.
Frecuentemente, de 1920 (año de su singular
cofre taraceado) en adelante, paso decidido de Schwitters a las
tres dimensiones, trabajo con la madera, incorporación
del hierro, de la cuerda, de unos bolos, de una raíz, de
piedras, de una rueda que anuncia ya algunas de Rauschenberg...
Importancia de sus esculturas exentas, y de sus relieves -en
esta exposición, un gran ejemplo: Autumn [Otoño]
(1942-1943)-, en los que coexisten desecho y
construcción, orden y azar. Esculturas y relieves, se han
visto en las principales muestras sobre la plástica
constructiva de su tiempo, por ejemplo en la de Margit Rowell The Planar Dimension,
celebrada en 1979, en el Guggenheim de Nueva York.
Schwitters, fronterizo como su amigo Hans -o Jean:
más fronteras, más lenguas, el destino dividido de
Alsacia, en el corazón del permanente conflicto
franco-alemán- Arp, del que en 1923 edita, como Merz n° 5 y muy
fuera de formato, Arpaden,
una fascinante carpeta de siete litografías de gran
formato, carpeta que tuvimos ocasión de contemplar hace
unos años en Arco, desplegada sobre una de las paredes
del "stand" de Gmurzynska. En 1929, recital conjunto de ambos en
la Kunsthaus de Zürich, en el marco de una
exposición abstracta y surrealista comisariada por
Siegfried Giedion. Gabriele Mahn ha analizado
pormenorizadamente, en el catálogo del IVAM, la
química muy especial de la relación
Schwitters-Arp, a lo largo de casi medio siglo.
Construcción y humor, sonrisa y seriedad, coexisten
inextricablemente en sus respectivas obras. Gabriele Mahn nos
recuerda una frase clarividente de Schwitters, sobre Arp
contemplado como artista que "se nutre de la pureza", y la
comparación, también afortunada, que el alsaciano
hace del de Hannover, con Hokusai. En 2004, esa amistad ejemplar
fue objeto de una muestra en el Kunstumseum de Basilea.
Otro de los grandes amigos de Schwitters fue el
neo-plasticista holandés -y heterodoxo- Theo van
Doesburg, que firmaba sus poemas dadaístas como "LK.
Bonset", y que le hizo colaborar tempranamente en De Stijl, pero
también en Mecano,
una simple hoja plegada, impresa por las dos caras, en la cual
también encontramos por cierto la firma de un Pound que
también por aquel entonces manifestaba simpatías
por Dada. Tras coincidir, en 1922, en el curiosísimo
congreso constructivista-dadaísta de Weimar, que rompe
todos los esquemas, en 1923 organizan juntos varias "petites
soirées Dada" en Holanda, en una de las cuales pudieron
escucharse, entre otras cosas, algunas de las mínimas y
maravillosas composiciones para piano de Érik Satie, y
algunas irónicas piezas de Vittorio Rieti para el mismo
instrumento, interpretadas por Nelly o Pétro van
Doesburg, mujer del neoplasticista, y personaje
interesantísimo por sí misma. El tumultuoso cartel
rojinegro para aquel evento poético-musical, fruto de la
colaboración entre Schwitters y Theo van Doesburg, y del
que existe un ejemplar en la colección del IVAM,
constituye una soberbia realización gráfica,
presente como tal en la mayor parte de las historias del
diseño gráfico. Fecundísima conexión
holandesa de Schwitters, próximo además a
César Domela, a Bart van der Leck, a Thijs y Evert
Rinsema, a los húngaros ahí afincados Vilmos
Huszár y Lajos d'Ebneth, a los arquitectos Cornelis van
Eesteren, J.J.P. Oud, Gerrit Rietveld y Mart Stam, a la
escritora Til Brugman, compañera de Hannah Höch...
Hablamos de Arp, Theo van Doesburg, Domela y otros
neo-plasticistas. Nuevamente debemos referirnos al binomio
Dadá-constructivismo. Obras ya a la vez constructivas y
destructivas de 1919 como Das Kreisen [La rotación], perteneciente a
la colección del MoMA
de Nueva York, o Konstruktion
für edle Frauen [Construcción para damas distinguidas], del
Los Angeles County Museum of Art, anuncian la deriva, el giro
posterior. Incorporación -a partir del encuentro con Theo
van Doesburg y con el húngaro neerlandizado Vilmos
Huszár- de elementos neo-plasticistas. Todo un ciclo de
su obra, revela el contagio del elementalismo y el afán
de limpieza de sus amigos los geómetras septentrionales.
Búsqueda de la pureza, del grado cero. Eso está
claro en su obra tipográfica, a la que enseguida
haré referencia. También en su obra de escritor, y
hay que recordar que aquellos son años en que -por
ejemplo en la URSS, y en Polonia- no pocos escritores se ponen a
la escuela de los plásticos constructivistas, y que
él califica sus obras grotescas como "configuraciones
textuales abstractas". Pero sobre todo en su pintura, y en su
escultura. Obras verdaderamente únicas, por ese lado:
algunos "collages" de mediados de la década,
especialmente escuetos, rotundos, luminosos, o Relief mit gelbem
Viereck-2 (Relieve
con cuadrado amarillo-2] (1928), de estructura casi
mondrianesca, y a la vez transido de esa poesía, de esa
emoción difícil de decir -como sucede con todas
las grandes emociones- que impregna cuanto salió de las
manos de Schwitters, y especialmente sus maderas, que en esa
perspectiva tiene mucho sentido colocar cerca de las maderas de
Arp, una vez más, pero también de las de
Joaquín Torres-García. Arp, sí,
también siempre en ese filo, y hay que recordar en ese
sentido el libro del alsaciano y de El Lissitsky Die Kunsrismen
(1925), los ismos del arte, o su cercanía a los "unistas"
polacos. Contactos, también, con la mujer de Arp, la
suiza Sophie Taeuber-Arp. Con el cineasta sueco y abstracto
Viking Eggeling, el autor de la Diagonal-Symphonie. Con el poeta y crítico
de arte belga Michel Seuphor. Con los rusos Naum Gabo, y sobre
todo El Lissitsky, residente durante un tiempo en Hannover, y
colaborador de Merz.
Con los húngaros László Moholy Nagy
-precioso el "collage" Mz
600 Moholi (1922)- y Lajos Kassák -otro
pintor-escritor- que lo hacen colaborar en Ma. Presencia, ya en
1921, en una de las carpetas de grabados de la Bauhaus, donde
por lo demás interviene en alguna ocasión.
Presencia, a finales de la década, en Cercle et Carré
(grupo impulsado por Torres-García y Seuphor, cuya
amistad por cierto no aguantará el paso del tiempo) y
luego, durante la siguiente, en Abstraction-Création, aunque en vida nunca
celebrara individual en París, ciudad que sin embargo
visita en dos ocasiones, 1929 y 1936, alojándose ambas
veces en Meudon, en casa de los Arp, donde en la segunda y
última estancia, conoce a Mondrian.
Letanía de revistas de vanguardia en las que el
artista está presente con sus textos o con sus
imágenes: a las ya citadas -entre las cuales la que ocupa
el espacio central es obviamente la multiforme Merz, añadir
Contimporanul, de
Bucarest; G, de
Berlín, impulsada por Hans Richter; Blok, de Varsovia,
fruto de la conjunción de arquitectos, pintores y
algún poeta constructivista; Pásmo, de
Brno, donde glosa su obra Karel Teige; Fronta, de Praga; Het Overzicht, de
Amberes, dirigida por Seuphor; Oesophage, de Bruselas, ya pre-surrealista; Manométre, de
Lyon, en la que, por la vocación babélica de
Émile Malespine -que colaborará en Merz-, tan presentes
están las vanguardias hispánicas; Documents Internationaux
de l'Esprit Nouveau y la cosmopolita Transition y Plastique, las tres
de París; i 10,
de Amsterdam; The
Little Review, de Chicago, con la que tan estrechamente
ligado estuvo siempre Ezra Pound, y que dedicó un
número a nuestro Juan Gris. (Fascinación, siempre,
por esa red de los modernos, por el sistema de
transmisión rápida de la máxima novedad que
entonces se establece, y que tan bien se visualiza en algunas
bibliotecas, por ejemplo, en Santiago de Chile, en la que fuera
de Vicente Huidobro. Proyecto de Monika P al respecto: La internacional de las
revistas).
Schwitters, uno de los centros de esa red de los
modernos, y centro también del grupo de los "abstrakten"
de Hannover, fundado en 1927 en su casa, y cuyos demás
integrantes son Carl Buchheister, Rudolf Jahns, Oscar Nitzschke,
y Friedrich Vordemberge-Gildewart, pintor este último
fascinante donde los haya, al que en 1996 el IVAM dedicó
una retrospectiva, en colaboración con Wiesbaden. A los
que se suman Kate Steinitz -creadora con Schwitters de
maravillosos libros para niños- y, desde Amsterdam,
Domela. Todos ellos, presentes, a partir de 1927, en el
fascinante "Kabinett der Abstrakten" del Provinzialmuseum,
creación de Lissitsky, presente además en
él con obras "Proum".
Schwitters y Lissitsky: dos de los artistas de su
tiempo, que mayor atención le prestaron a la
tipografía, como se la prestaba coetáneamente
Willi Bawneister, Kassák o el polaco Wladyslaw
Strzeminski, como se la prestarían, unos pocos
años después, los suizos y post-bauhausianos Max
Bill y Richard Paul Lohse, este último ya citado al
comienzo de estas líneas a propósito de su
excelente maqueta para la antología de los poetas aparte
seleccionada por su paisana Carola Giedion. Las
tipografías schwittersianas de los años veinte y
treinta, tan a menudo bicolores, en rojo y negro, son
absolutamente funcionales: sin duda lo más constructivo
de su obra toda. Muchas las realizó para sí mismo
o para sus amigos más cercanos y queridos, pero
también encontramos otras que son fruto del contacto con
los más diversos comanditarios, incluidos la casa
Pelikan. tina institución tan seria como un Ayuntamiento
alemán -el de su ciudad natal-, o los CIAM, decisivos en
el inicio de la articulación internacional de la
arquitectura funcionalista.
Schwitters, tentado por el cine: en 1924, Hausmann y
él tuvieron un proyecto de película cómica
con Robert Siodmak.
Casi arquitecto, decía. Contactos de Schwitters
con el arquitecto expresionista Bruno Taut. Contactos,
más tarde, con Ludwig Hilbersheimer, del que
publicó, en 1925, el libro Grosstadtbauten, es
decir, "edificios de la gran ciudad". que volvería a
sacar al año siguiente, como n° 18-19 de Merz. Schwitters,
constructor, principalmente con madera y yeso, de sus Merzbau,
fascinante obra proliferante -"como una metrópolis",
decía él, ``como una vegetación que
jamás cesa de crecer", dirá Hans Richter-, obra en
marcha siempre, prolongación de sus "collages" merz;
delirante obra como cueva y torre, "catedral de la miseria
erótica" -cuantos sueños catedralicios, en la
primera modernidad-, obra a la postre invasora de casi toda la
casa, "casa dentro de la casa" ("dixit" Paul Bowles), peculiar
casa de la vida y de la memoria, escultura-columna que se
recorre, taller-obra de arte. El Merzbau, mítica obra
siempre recomenzada, Hannover, y en sus sucesivos exilios
-enseguida haré referencia a los mismos- Lysaker
(Noruega) -donde Dietmar Elger contempla una cabaña en la
isla de Hjertoy, como posible cuarto Merzbau- y Ambleside (Gran
Bretaña), y el fatal destino de esas sucesivas
construcciones, en la reconstrucción de la última
de las cuales, de carácter rural, bautizada por él
como "Merzbarn", es decir, "granero Merz", intervendría
Richard Hamilton. La versión más completa, la de
Hannover, destruida en 1943 por un bombardeo aliado -cuando ya
el artista llevaba varios años lejos de una Alemania a la
que jamás iba a regresar-, ha sido reconstruida en el
Sprengel Museum, el museo de referencia en materia
schwittersiana, que está en la Kurt-Schwitters-Platz, y
que tiene además una versión itinerante, que en
España se ha visto ya en dos ocasiones: cuando la aludida
retrospectiva del IVAM, y antes, en 1989, en el Reina
Sofía, cuando la deslumbrante, memorable muestra de
Andrei B. Nakov Dadá-Constructivismo.
Construcción y destrucción coexisten, de nuevo, en
esta obra de arte total, descrita, en 1948, y en su acostumbrada
clave poética, por Arp, de nuevo, en la elegía que
compuso al amigo del alma que acababa de desaparecer,
elegía en que recuerda días felices pasados en
Hannover, a la vera del Merzbau: "grietas artificiales que
atravesaban todos los pisos, [...] túneles helicoidales
que enlazaban el sótano con el techo".
Construcción y, también, literatura, memoria,
sueños, diario íntimo, alusiones a la tremenda
actualidad política alemana, rincón de Lutero,
gruta de Goethe, sucesivas grutas de la amistad, grutas -a la
postre sepultadas bajo el blanco yeso invasor- dedicadas a Arp,
Theo van Doesburg, Naum Gabo, Werner Graeff -uno de los
fundadores de la mencionada revista G-, Hannah Höch,
Lissitsky, Malevich, Mies van der Rohe, Moholy Nagy, Mondrian,
Hans Richter, Walden, grutas que tienen algo de monstruosos
relicarios, aquí un mechón de pelo de Hans
Richter, allá un lápiz de Mies, un poco más
allá un trozo de la pajarita de Theo van Doesburg...
"Obra de arte total", sí, en la tradición
wagneriana, aunque tal vez tenga razón Hans Richter
cuando, en su clásico libro sobre Dada, concluye con
aquello de: "En realidad, la obra de arte total era ÉL
MISMO, Kurt Schwitters".
Citaba antes a mi muy admirado y casi siempre
inevitable Ramón Gómez de la Serna: más de
una vez me ha tentado la comparación de los sucesivos
despachos ramonianos, abarrotados tanto de objetos "kitsch" o
cursis encontrados en los Rastros como de esos "collages"
proliferantes que él definía como sus
"estamparios", con los sucesivos Merzbau schwittersianos.
También podría extenderse la comparación,
al 42 de la rue Fontaine, de París, la "casa de la vida"
de André Breton, del que sólo sobrevive un muro en
la permanente del Centro Pompidou, o al último taller de
Apollinaire en el 202 del Boulevard Saint Germain, taller del
que nada queda sino briznas. Ninguno de estos otros pioneros fue
tan lejos como el de Hannover, que expandió el concepto
de "collage" como nadie lo había hecho antes, y sin
embargo parece que en todos los casos estamos hablando de laboratorios centrales
de la modernidad, que envuelven al escritor o artista, como si
fueran una segunda piel: obras de arte habitables, habitadas.
Sobre los paralelismos pero también sobre las diferencias
entre Schwitters y Ramón, ver la "Coda schwittersiana con
una alusión al casticismo" con que Carlos Pérez
cierra su muy sugerente texto "Ramón, constructor", su
contribución al catálogo de nuestra
exposición Un
paseo por la vanguardia española: Instantánea de
Ramón Gómez de la Serna, celebrada en el
Museo Histórico Provincial Doctor Julio Marc, de Rosario
(Argentina) en 2004, coincidiendo con el III Congreso
Internacional de la Lengua Española. (Por lo
demás, hay que recordar que Patricia Falguières,
en su importante contribución al catálogo del
IVAM, relaciona los Merzbau, con diversos gabinetes de
curiosidades, y muy especialmente con ese lugar mágico
que es la casa londinense del arquitecto setecentista John
Soane).
Si yo fuera novelista, imaginaría una novela a
partir del Merzbau de Hannover, del encerrarse de Schwitters,
más y más, en él. Me impresiona, a ese
respecto, este fragmento del texto de Dietmar Elger sobre los
Merzbau, también en el catálogo del IVAM: "El
Merzbau fue convirtiéndose cada vez más en un
lugar de retiro en el que podía incluso pasar la noche y
en el que pensaba que podía refugiarse y huir del
amenazador terror nacionalsocialista".
En el Hannover de 1928 se sitúa un encuentro
sorprendente, y más teniendo en cuenta lo divergentes que
fueron en lo sucesivo las biografías de los dos
interlocutores: encuentro entre Schwitters, futuro represaliado
del nazismo como representante insigne del "arte degenerado", y
futuro autor de un "collage" tan explícito como The Hitler Gang
(1944), y un visitante español muy amigo por cierto por
aquel entonces de Ramón Gómez de la Serna, el
pronto falangista Ernesto Giménez Caballero que dedica
parte del capítulo alemán de su libro Circuito imperial,
publicado en 1929 por la editorial aneja a su revista La Gaceta Literaria,
a narrar su visita a Hannover y su trato, ahí, con los
"abstrakten" -trato del que queda una huella en el
”gástebuch" o libro de huéspedes de Kate Steinitz,
facsimilado en 1977 por la Galerie Gmurzynska-, que elogian sus
"carteles literarios" y le enseñan sus estudios,
así como el gabinete abstracto. Schwitters es, para
Giménez Caballero, un personaje colosal y
polifacético -como, a su modo, "toutes proportions
gardées", lo es también el madrileño-, que
"construye cuadros con billetes de tranvía", y del que le
maravilla el Merzbau, que no cita con ese nombre, pero que
describe con estas palabras exactas: "edifica un escultura
piramidal, de madera, donde incrusta materiosidades de toda
especie, desde el yeso hasta la orina". (No estamos ante una
exageración del escatológico autor de Yo inspector de
alcantarillas: según informa Schwitters en un texto
de 1931, en un rincón de su Merzbau había "una
pequeña botella redonda con [su] urina, en la que estaban
disueltas unas siemprevivas").
El Schwitters de los años finales: tiempo de
exilio. Noruega -que él conocía y amaba por haber
pasado frecuentes estancias en ella, de 1929 en adelante- y su
naturaleza de áspera belleza -muy para "el Caspar David
Friedrich de la revolución dadaísta"- que
motivó tui ciclo de pinturas figurativas de especial
emoción -casi entre Edvard Munch, natural de esa tierra,
y Ferdinand Hodler-, Noruega que será "su segundo
país perdido" (Sarah Wilson), ya que en 1940 ante el
avance alemán habrá de replegarse "in extremis" a
una Gran Bretaña donde conocerá dificultades
inesperadas (su internamiento inicial, ¡ironía del
destino!, como miembro de una potencia enemiga), y donde dejando
atrás Londres -donde había estado en contacto con
E.L.T. Mesens- el impulsor de la antes citada Oesophage-, con Ben
Nicholson y Barbara Hepworth, con Roland Penrose, con el
crítico Herbert Read, con el cineasta y narrador polaco
Stephen Themerson- otro fantástico hombre-orquesta del
tiempo de las vanguardias- y su mujer la pintora e ilustradora
Francizka Themerson, entre otros- optará, tras conseguir
algún dinero -entre otras cosas, vendiendo su
colección de sellos- por radicarse en su poético
distrito de los Lagos, una tierra que le recordaba precisamente
Noruega. Rebrote, por aquel entonces, y vía correo, de la
complicidad con su viejo amigo Raoul Hausmann, retirado en la
ciudad francesa de Limoges, y con el que soñaba en lanzar
una revista que se habría llamado Pl.N. y cuyos
materiales se publicaron ya tras su muerte, en 1962, y a cargo
precisamente de Thernerson.
Schwitters, a lo largo de la segunda mitad del siglo
XX, ha sido un espejo en el que se ha mirado mucha gente, a
algunos de los cuales dedicó una muestra, en 2000, el
Sprengel Museum de Hannover: muestra que tuve ocasión de
visitar, y que encontré interesantísima, ejemplar.
Pensemos en Marcel Broodthaers. En Daniel Spoerri el
"topógrafo del azar" y en Arman el inventor de las
"acumulaciones" y en Jean Tinguely y en los "affichistes". En
los Estados Unidos, donde la obra de Schwitters figuró en
una muestra clave como The
Art of Assemblage (MoMA, Nueva York, 1961), comisariada
por William C. Seitz, se reclamaron de él Motherwell,
cuyos "collages" franceses (las Gauloises azules o la etiqueta
de un envío de la editorial Gallimard) he mencionado
antes; Louise Nevelson; Jess, Cy Twombly; la todavía mal
conocida pero exquisita Ann Ryan -que empezó a hacer
"collages" en el Nueva York de 1948, a la tardía edad de
cincuenta y siete años, tras quedar deslumbrada al
ingresar en el universo encantado schwittersiano que la Rose
Fried Gallery le descubría por aquel entonces al
público norteamericano. Pero también, algo
después, y en clave más radical, los partidarios
del "junk art", del neo-dadaísmo y del "pop art": desde
Robert Rauschenberg y Jasper Johns, coleccionistas ambos de la
obra del de Hannover, hasta el más truculento Edward
Kienholz, pasando por los británicos Richard Hamilton -
al que he citado a propósito de su papel en la
recuperación del Merzbarn- y Edoardo Paolozzi. La
precedencia de Schwitters será subrayada, ya en los
años sesenta, por el lituano norteamericanizado George
Maciunas, gran cartógrafo de las vanguardias, y en su
propio país natal por Joseph Beuys o Dieter Roth. Y en el
ámbito hispánico, pensamos en él ante el
trabajo como "collagistes" o como ensambladores de objetos, de
artistas ya desaparecidos y tan distintos entre sí como
Esteban Vicente, Gerardo Rueda, el uruguayo madrileñizado
Washington Barcala o Diego Lara, o en plena actividad, como
Carmen Calvo, Carlos Pazos o Dis Berlin, este último
también coleccionista compulsivo -entre otras cosas, de
postales y sellos- y gran trabajador del archivo-laberinto...
Hoy mismo, hay algo Merz en el trabajo en el espacio de una
Jessica Stockholder, uno de los nombres más
jóvenes de la muestra de 2000. Sobre Schwitters han
escrito casi todos los poetas visuales o experimentales que se
han ido sucediendo en la posguerra, incluidos Isidore Isou y el
resto de los letristas, así como compositores de
vanguardia como John Cage -otro fronterizo- o el argentino
Mauricio Kagel. El siglo XX, a la postre, ha sido un siglo
bastante Merz, sí. Y a la vez, como sucede con Klee, o
con Arp, que como el lector habrá tenido ocasión
de comprobarlo nos han acompañado todo el rato a lo largo
de estas páginas, Schwitters es artista para deleitarse,
sin más, sin teorías de por medio -él por
lo demás está claro que era más un
intuitivo que un teórico-, con la música oxidada,
envejecida, a veces callada, siempre repetida y sin embargo
siempre única, de sus siempre maravillosos "collages" y
relieves, algunos de los cuales han sido reunidos ahora, sesenta
años justo después de la desaparición de su
autor, en esta maravillosa exposición madrileña.