José Luis Campal
Comunicación presentada por José Luis Campal en el IV ENCUENTRO INTERNACIONAL DE EDITORES INDEPENDIENTES” (Punta Umbría -Huelva-, 1-3 de mayo de 1997)
¿Qué es o qué representa el denominado movimiento mail-artista? Un conglomerado de adicciones resueltamente aceptadas, podría responderse, y muy poco o casi nada cabría objetársele a la contestación. Y es que en la interna dificultad con la que se encaran los partidarios de las clasificaciones pétreas a la hora de consensuar una definición, en este árido trance del etiquetado radica la principal de las virtudes del Mail-Art: una libertad de maniobra sin precedentes, pues permite que sus cultivadores adopten y adapten, sin ninguna requisitoria, todo cuanto les resulta sugerente, sea cual sea el origen, método, estructura o contraindicaciones del préstamo. En esta disolución de las reglas del juego, en esta insobornabilidad y apertura constante a la innovación, en la persecución de una funcionalidad sin rescisiones que no pierda la perspectiva histórica, reside la más cabal y valiosa declaración de principios, a todos los niveles, del Arte correo. Acentúa su presencia porque no ha establecido completamente qué es lo que no es o no quiere ser.
Desde que en 1870 se decretase, primero en Austria y luego en el resto de las naciones, la circulación de tarjetas por el transporte postal ordinario, y después de que su implantación generalizada en las primeras décadas del presente siglo ratificase su prometedora viabilidad, estaba claro, o era perfectamente intuible, que la vanguardia artística no iba a desaprovechar un medio de transmisión tan apetitoso, que permitió a los precursores mail-artistas fundir la subjetividad del acto creativo con la pura objetividad suministrada por un conducto administrativo.
Aunque
la constitución hacia 1962, por parte del
malogrado artista norteamericano Ray Johnson, de
la “New York Correspondance School of Art” se
acepta como el alumbramiento y nominación
oficialista de tal práctica; y aunque sea en
esos años ‘60 cuando surgen las primeras
exposiciones de cierta envergadura no debe
perderse de vista que, en la segunda década de
este siglo, los futuristas italianos, con
Giacomo Balla o Pannaggi a la cabeza, ya se
sirvieron de esta vía postal para elaborar
cartulinas con fines estéticos, a base de
collages y aditamentación de diferentes técnicas
y materiales. A ellos les secundarían cubistas,
dadaístas, surrealistas, neo-dadaístas, los
nuevos realistas de Yves Klein, los
expresionistas de la abstracción, el
conceptualismo germano-estadounidense del grupo
“Fluxus” o los artífices pop comandados por Andy
Warhol. Mail-artistas ocasionales lo fueron ya
celebridades como Picasso, Henri Matisse, Man
Ray, Marcel Duchamp, Kurt Schwitters, Max Ernst
o Francis Picabia.
La
única diferencia notable que aprecio entre el
estado de cosas antes y después de la iniciativa
de Ray Johnson estriba en que hasta la
normalización en el uso del nuevo vehículo de
expresión, el correo era empleado de forma
esporádica por artistas plásticos, mientras que
durante las cuatro últimas décadas han ido
sumándose a su cauce creadores de las más
variadas procedencias, neófitos incluso,
entregados en cuerpo y alma a la vocación y
devoción mail-artista. Si quisiéramos aventurar
quiénes se reparten hoy las tareas
mail-artistas, tendríamos que señalar que desde
pintores y escultores hasta poetas, músicos,
arquitectos o fotógrafos. Se especula con que
han deambulado por los circuitos del Arte correo
más de 3.000 activistas, lo cual da una idea de
la enorme expectación y seguimiento suscitado
entre quienes han atisbado en el Mail-Art una
relativa solución a los muchos interrogantes
planteados por los condicionantes y convenciones
del academicismo.
El
Mail-Art no es ninguna escuela o conjunto de
técnicas reguladas ortodoxamente; ni supone
corriente, tendencia, disciplina o moda alguna.
El Mail-Art es sencillamente un soporte no
mediatizado por esquemas predeterminados; un
soporte ilimitado y no adscrito a ningún arte en
especial, que no se siente más deudor de unas
que de otras. Dado que precisa de la
cumplimentación del franqueo postal para
adquirir carta de naturaleza, no resulta
adecuado tomar a la parte por el todo y designar
indistintamente como Mail-Art,
Correspondance-Art o Postal-Art a parcelas
colaterales del Arte correo como puede ser el
caso del Fax-Art, ya que se vale para su
transmisión del fax.
Aunque
parcialmente los presupuestos del Mail-Art
puedan ser tomados como nihilistas, el empuje
constructor lo aleja de una suerte de quietismo.
El Mail-Art, por formación y desarrollo, avanza
siempre, y en la medida de sus herramientas,
hacia adelante, sin amedrentarse. No representa
ningún escalafón intermedio entre el amateurismo
y el reconocimiento oficial, ya que, de darse
tales situaciones, se degradaría y
desaparecería. Sin independencia absoluta -ética
y estética- sería impensable que se mantuviera
el Mail-Art. Su calidad de arte francotirador le
exime, ya desde su raíz, de servidumbres.
El
mail-artista se reserva la esencia de la
práctica artística y repudia todo lo ajeno al
acto creativo, esto es: la utilización bastarda
con fines mercantilistas; repudia el rango de
sicario que en ciertas manifestaciones adquiere
el arte. Al concurrir, además, la circunstancia
de que los propios mail-artistas son los
principales consumidores de Mail-Art, se sortean
los peligros que, amenazantes, rondan a su
autonomía artística. El Mail-Art evita, pues, la
tentación de una comercialidad degradatoria.
Sin
embargo, el Mail-Art reconoce que participa del
empleo tanto de códigos verbales como plásticos,
fotográficos, reprográficos, cibernéticos,
publicitarios, fónicos, representacionales,
cinemáticos, tridimensionales, etc. El
mail-artista, que viene a constituirse en el
creador simbiótico de lo alternativo en este fin
de siglo, los absorbe, selecciona, criba,
deglute, transforma, recoloca y, si son ésas sus
intenciones, hasta tergiversa en un afán por
crear un producto genuino, bebedor de los muchos
caños del arte y la vida.
Mismamente, la manipulación de imágenes explícitas y la subversión de mensajes no-cifrados permite al mail-artista generar desde nuevos discursos hasta jugosas permutaciones de significación connotativa y complementaria, y dotadas asimismo de un alcance fuertemente sugeridor. El creador, entonces, cuestiona los cauces de propagación del referente primario y sus efectos en el receptor. La simple modificación de un pie de foto posibilita una cascada de re-interpretaciones cargadas de interacción. El mail-artista realiza, pues, un ejercicio libertino pero no neutro socialmente.
A veces, las pretensiones del mail-artista pueden resultar altruistas y en ocasiones, hasta intranscendentes o banales, como cuando el belga Antoine Laval envió postales a direcciones inexistentes para comprobar, cuando se las devolvieran, cómo habían cambiado las tarjetas; aunque puedan darse casos así, el Mail-Art, lejos de suponer una huida del mundo real, ha servido de vehículo para la concienciación ante lacras, calamidades, acontecimientos de ostensible injusticia y abuso criminal del poder. Así, cuando en agosto de 1977 Clemente Padín y Jorge Caraballo fueron encarcelados por orden de la dictadura fascista uruguaya por, y cito textualmente, “vilipendio y escarnio a la moral de las Fuerzas Armadas”; cuando este desgraciado despropósito tuvo lugar se orquestó, a través del Arte correo, una movilización internacional para reclamar su libertad; años más tarde, César Reglero hizo algo similar con la ciudad bosnia de Sarajevo durante la guerra de los Balcanes. Y a lo largo de 1992 fueron bastantes las propuestas que tomaron como asunto central el V Centenario de la llegada de los españoles a América, enfocándolo mayoritariamente como una variante de genocidio indiscriminado.
No han escaseado las iniciativas de compromiso con los más desfavorecidos; de tal manera que el Arte correo ha servido para poner el dedo en la llaga del embargo económico y la tenaza de asfixia política repetidamente ensayada por el imperialismo de los EE.UU. contra Cuba; el Mail-Art ha servido para llamar la atención sobre el Apartheid sudafricano, las escaramuzas residuales del colonialismo europeo en África o los insurgentes movimientos indigenistas de Centroamérica, como el mexicano de Chiapas, etc., etc.
El Mail-Art es fundamentalmente arte conceptual e idealista, arte de urgencia y con una clara actitud experimental, vanguardista, indagatoria; arte arriesgado que al hacer uso de canalizaciones seculares e incorporar cuantos avances considera pertinentes, está aunando tradición y actualidad.
En el Mail-Art no están preconcebidas ni las dimensiones ni los materiales que le sirven de base al mail-artista para llevar a cabo su obra. Si bien, todos los formatos son admitidos, por su manejo ha triunfado el tamaño rectangular de la tarjeta postal estándar. En cuanto al soporte material, ninguna plataforma o superficie está vedada. Por razones obvias, análogas a las que explican la popularidad del tamaño, los soportes más frecuentados siguen siendo el papel, las cartulinas y cartones de todo tipo, las telas, plásticos y texturas planas similares. El acabado que cada mail-artista proporciona a sus trabajos es verdaderamente lo diferencial; se puede apreciar de todo, desde un esmero de orfebre cercano a la filigrana hasta la desgarbada improvisación pasando por la manualidad insospechada o la corrección de lo artesanal y modesto. Todo ello referido, por supuesto, a la presentación formal, reflejo de las habilidades técnicas. Con todo, en el producto final, resulta factible que, por encima del mensaje -de haberlo-, puedan llegar a primar los materiales utilizados por el autor, capaces de provocarle a un receptor un cúmulo de sensaciones, que en otro destinatario de sus mismas características tal vez no se dieran.
En las obras de Mail-Art se dan cita, por ejemplo, desde el grafitismo, los collages, los fotomontajes y transposiciones textuales hasta las combinaciones cromáticas, las reuniones de objetos, tampones de goma y materiales dispuestos lúdicamente o la superposición gráfica. Todo cuanto el fervor iconoclasta del mail-artista pueda reclutar y responda a los objetivos que se ha marcado.
Mail-Art no es sólo la tarjeta postal original de un autor que viaja gracias al sistema de las estafetas y el servicio de Correos. Es también la obra que va contenida en un sobre, en donde la sorpresa o lo inaudito es muchas veces factor clave, como debió ocurrirle al destinatario de un obra de J. Kosuth, consistente en la póliza de un seguro de vida para un viaje, ya sin validez, pues el mail-artista la transformó en pieza de arte una vez hubo realizado su viaje. Mail-Art es también el sobre mismo ilustrado y sin necesidad de que en su interior haya nada, el sobre que juega con la paciencia y sagacidad de los empleados de Correos, que deben, en muchas ocasiones, averiguar dónde se encuentran las señas de a quién va dirigido. Y se entiende que es igualmente Mail-Art todo objeto que se vale del franqueo postal. Por lo tanto, no debería existir problema alguno para considerar Arte correo al pulpo disecado que, provisto de los pertinentes sellos y dirección del destinatario, envió el artista japonés Shimamoto.
La
actividad mail-artista se distingue por su
baratura y accesibilidad. Para efectuarla no son
imprescindibles ni grandes ni medianos
desembolsos económicos, ni disponer de locales o
estudio anejos al propio domicilio. En este
sentido, puede catalogarse al Mail-Art como un
arte doméstico y fácil en tanto que está al
alcance de cualquier persona con algo que decir.
La
rapidez o inmediatez en la elaboración de las
obras mail-artistas beneficia su eficiencia e
instantaneidad, al no darse procesos de
fabricación dilatados o complejos como los de
las artes plásticas.
La obra de Mail-Art se forja individualmente pero muy pronto requiere una colectividad cómplice, necesita imperiosamente un receptor, pues el intercambio de impulsos creacionales actúa trasformadoramente sobre los practicantes. Al incursionar en el terreno de lo epistolar, el Arte correo no podía por menos que favorecer la comunicación entre el mail-artista, sus colegas y los proyectos respectivos. El Mail-Art acerca lo epistolar al carácter perenne del arte, da la alternancia a ambos y saca al arte de las academias, no haciéndolo depender de otra mecánica más que de la inquietud.
Las producciones mail-artistas se canalizan generalmente en las muestras o proyectos que se suelen organizar en torno a un tema determinado. Se verifica en esto la preferencia por asuntos pacifistas, antimilitaristas, contestatarios, ecologistas, antialienantes, anticolonialistas, o socialmente preocupantes, como sería el caso del SIDA. La temática de los Mail-Art Project se inclinan no poco por combatir la explotación, la tortura y la represión. Particularmente sensibilizadoras resultan las propuestas lanzadas por mail-artistas que viven en países donde se padecen las estructuras socio-políticas impuestas por regímenes dictatoriales.
El abanico de motivos de las exposiciones es inmenso, apuesta por la imaginación y lo insólito las más de las veces, y pueden incluso hasta causar extrañeza entre los más avezados. Echando un vistazo a las convocatorias de los últimos cinco años, encontramos desde tributos a Jimi Hendrix, Mozart, La divina comedia o García Lorca hasta homenajes a creadores que constituyen un referente inexcusable para cualquier autor de vanguardia, donde Marcel Duchamp, Schwitters, Ray Johnson o Guillermo Deisler podrían muy bien ser nombres consensuables y a reivindicar por todo mail-artista. Las convocatorias convierten en tema de los trabajos a recibir las más curiosas peticiones: naipes, el dinero, cerebros, la contaminación, tikets de supermercado, cerdos, el sexo y la pornografía, tierra, monstruos, espejos, la política, los extraterrestres, trenes, el reciclaje, flores, la conspiración de los objetos inanimados, los skinheads, autorretratos, la basura, la Mona Lisa, manos, bicicletas, el suicidio, ojos, sombras, el paraíso, planos y panorámicas de ciudades, la bomba atómica, bolsas, elefantes, vacas, árboles, robots, sueños, el Año nuevo, sombrillas, mariposas, el fútbol, etc., etc.
Las exhibiciones de Mail-Art ayudan a ordenar la actividad de los artistas, suministran una salida eficiente a su trabajo, en el que el grito y la denuncia conviven sin estorbarse con la ironía, la acidez crítica, el hermetismo más inexpugnable o el más directo y escueto de los mensajes.
Por medio de las exposiciones internacionales se lucha contra las tutelas inquisitivas y el proselitismo medioburgués de las galerías de arte, puesto que las obras de Mail-Art participantes no están sujetas a censura de ninguna clase y no existe una selección previa que deje fuera a ninguna. En consecuencia, el ejercicio mail-artístico se convierte en un arte no-competitivo e igualador: no-competitivo porque en las muestras no se establecen premios crematísticos; e igualador porque en ellas veteranos y consagrados comparten el espacio, en igualdad de condiciones, con los recién llegados.
El Mail-Art pone en contacto a personas de todas las latitudes, pues en casi todos los catálogos que se realizan una vez que las exposiciones han concluido, se incluye un Mailing o directorio con las señas de todos los participantes, para fomentar así el contacto personal y permanente entre los autores. De esa forma, el Mail-Art rompe y supera las fronteras étnico-lingüísticas, pero también las gremiales y sexuales. Al no mediar una lengua que limite la comunicación, reduce y acorta las barreras continentales, por lo cual muy bien cabría pensar en el Mail-Art como en un punto de encuentro. Las conexiones entre mail-artistas se fundamentan en un desprendido y mutuo intercambio de producciones propias, en un incansable e inagotable fluir de envíos y recepciones.
La internacionalidad de tales relaciones permite la creación combinatoria de obras a cuatro o más manos, y que el artista pueda transmitir su callado trabajo y compartirlo con muchos otros en un mundo “ancho y ajeno”, que, de ese modo, se ha hecho transitable y comunal. El concepto de manifestación artística en perpetuo movimiento que enlaza a personas de todo el globo terráqueo con la sola intermediación del cartero encontró acomodo, en la década de los ‘90, en una muy interesante acción de los mail-artistas alemanes Peter Kusterman y Angela Pahler, quienes recorrieron varios continentes entregándoles en mano a los destinatarios su correo artístico.
La internacionalidad mencionada facilita el que se establezcan las Network, redes o cadenas de trabajo entre autores que es más que probable que nunca lleguen a conocerse más que a través de sus obras. El riesgo que corre un mail-artista que se prodigue mucho es que se incremente de tal modo el número de conexiones con otros creadores que no pueda atenderles adecuadamente a todos ellos. Hay un hecho comprobado: tan pronto como alguien se introduce en el circuito mail-artista, se recurre a él para infinidad de proyectos.
La ingente cantidad de obra mail-artista circulante y de muestras registradas ha favorecido la creación de archivos o centros de documentación, que velan por la conservación de sus fondos, voluntariamente entregados por los autores, convirtiéndose en sustitutos del museo o la biblioteca, pues no acogen sólo piezas de creación sino también información bibliográfica sobre la disciplina. En realidad, todo organizador de una propuesta de Mail-Art acaba fundando su Mail-Art Archive, ya que las obras participantes no se devuelven sino que pasan a la custodia de los responsables de las convocatorias. El acuerdo, no-pactado pero gustosamente aceptado por todo mail-artista, de que las obras no se vendan constituye otra reacción contra los porcentajes de marchantes y galeristas.
Paralelamente, han eclosionado, como útil complemento, los zines o revistas y boletines de modestas hechuras pero ambiciosísima proyección, que se ocupan del seguimiento de todas las noticias, novedades y actividades del universo mail-artista, y que acogen, asimismo, entre sus páginas reproducciones de obra original.
Incluso se ha comprendido, por parte de los sectores menos afectos a las manifestaciones no-reglamentadas, que la trayectoria y solidez de las propuestas del Mail-Art no son flor de un día, y así algunas facultades de Bellas Artes de nuestro país ya lo han integrado en sus planes de estudios; en la de Cuenca existe desde principios de los ‘90 una asignatura denominada: “Otros comportamientos artísticos”, donde, entre otras muchas cosas, tiene cabida el ejercicio mail-artístico. Puede afirmarse, por lo tanto, que más que una capitulación, esta incorporación supone para el Mail-Art una conquista irrenunciable.
En España, desde que el grupo ZAJ diera, en los años ‘60, los primeros pasos, y después de que en 1973 se organizase la primera muestra importante, titulada Negro sobre blanco, a la que seguirían, hasta nuestros días, decenas de exposiciones; desde entonces, digo, el futuro del Mail-Art rezuma una salud prometedora. Más de una centena de mantenedores de su espíritu son garantía suficiente de una evolución no-traumática, y máxime cuando muchos de estos mail-artistas habrán de convertirse, paulatinamente, en impulsores de nuevos proyectos que ensancharán multidireccionalmente los horizontes del Arte correo.
Por último, quisiera referirme a cómo una parte constitutiva de la tarjeta postal mail-artista, como es el sello, ha conseguido desgajarse de ésta y erigirse en otro campo de trabajo: la Filatelia alternativa. Ésta ha conocido una importante expansión y muchos mail-artistas se han lanzado, de un modo frenético, a crear sus propios timbres distintivos. Curiosamente, al ser el Mail-Art y la Filatelia alternativa territorios muy próximos, se ha dado, en algunos lugares, una confusión de identidades, como sucedió en Oviedo cuando, a principios de la década de los ‘90, una destacada sala montó una exposición internacional de Mail-Art en la que únicamente había sellos de artista. Pero eso es asunto para otra cavilación.