2000-2001: Huelga de arte
Comité de artistas contra el Arte
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Devolver la gestión del capital simbólico al
dueño legítimo del deseo es una vieja
aspiración de las vanguardias que retorna una y otra vez en
nuevos movimientos y movilizaciones. Una vez enunciado un objeto la
historia se apodera de él y lo consume, a pesar de los
constantes y sucesivos esfuerzos por enterrarlo. Con este
propósito, la superestructura económica que hoy genera
la infraestructura estética y que le impide avanzar y
liberarse ha sostenido un sistema de las artes tan aislado de la
dialéctica real de las cultura que ha fiado a los medios de
masas la generación de significado. El proceso cultural no ha
sido tan frenético ni tan catártico como la
experiencia estética moderna. Antes bien se diría que
la percepción no espectacularizada de la obra de arte aparece
bloqueada en el mismo punto en que se empieza a hablar de
postvanguardia como de una época de concesiones y renuncias,
un retorno a los códigos mediatizados de transmisión
simbólica que no suponen ni superan las propuestas
entusiastas de las vanguardias.
La convocatoria de una huelga de arte para el tránsito de
milenio resulta oportuna porque reclama una moratoria y proclama una
ruptura. Ambas cosas van íntimamente trabadas en el proceso
de cristalización de las ideas. Nuestro siglo ha sido
atravesado por una radical disolución de los fundamentos de
la obra artística, que ha tenido como vectores principales la
aplicación liberadora y potenciadora de la tecnología
a la producción estética, por un lado, y por otro la
ambigua relación, llena de pasiones y tensiones, entre
belleza y dinero. La muy sobada equiparación entre
posesión y estatus que dispara el consumo banal y
estandarizado, la canalización mercantil del componente
irracional de las vanguardias a través del pop y la
generación de una extraña especie de dinero de saldo
con exenciones fiscales, son todas ellas consecuencias de esta
relación. El respaldo tecnológico al discurso de la
apropiación topó de inmediato con la servidumbre al
sistema dinerístico, que encontró en la
liberación cultural un ámbito de multiplicación
inaudito mediante la generación arbitraria de necesidades no
materiales. Quedan circuitos de resistencia fuera de los medios de
influencia tan alejados de la dinámica real de la cultura
como el sistema institucional de las artes.
Para construir una herramienta de liberación social, como se
pretende desde ciertas posturas resistentes, el arte debe liberarse
a sí mismo. En este fin de siglo, quienes se sientes
herederos de sus contradicciones y paradojas, el artista, el
crítico o fruidor deben meditar sobre lo que hizo posible el
discurso de la vanguardias y sobre lo que lo hizo finalmente
imposible. No se trata, o no debería tratarse, de un registro
más en el anecdotario del excentricismo moderno, sino que
debe comprenderse en su contexto sociocultural, exhibir sus
implicaciones política e históricas. Tampoco debe
definirse como acto de violencia contracultural, sino mostrarse como
derivación racional de los propios contenidos de nuestra
cultura. Hay que entender la continuidad de la ruptura antes de
emprenderla.
Finalmente, creemos que hay que entender la huelga no como
estrategia de resistencia pasiva, sino como moratoria activa. No hay
que alentar actitudes reservistas, sino la participación
activa de cada uno en la construcción de espacios de
expresión en la vida cotidiana y en la búsqueda
reflexiva de aperturas. No es el Arte, monumento en ruinas de
nuestro pasado, el objeto de esta movilización.
Que el mundo esté tan lleno de mierda puede ser una buena
razón para sumirnos en un estado de lobotomía creativa
que a la larga sería revolucionario, pero no es esto lo que
subyace a esta movilización desde el punto de vista de su
oportunidad histórica. La crisis de la representación
que empieza a minar ya el ámbito de lo político hace
tiempo que afecta al intelectual/artista directamente en su
quehacer. El pasivismo es inviable en la actual circunstancia: nadie
necesita al artista comprometido, ni él está en
disposición de salvar a nadie. Su insustancialidad es la del
individuo frente a la cifra, física y no ideológica.
Si quiere preservar espacios de existencia debe conquistar espacios
de expresión y desplazar las mediaciones que lo convierten
bufón y en anécdota. Dichos espacios se hallan no en
el adoctrinamiento ni en la sumisión a las masas, sino en el
aporte de materiales y en el tratamiento cualificado de los mismos
en la construcción de una realidad social interactiva y
difusa. De ahí el carácter difuso de un huelga que
habría que concebir desde el principio como obra de arte
colectiva.