Montse Juvé
Al tratarse de grandes distancia, hoy se prefiere que la palabra
escrita viaje con la inmediatez de la oralidad, a través del
cable telefónico o fotosensible. Nos queda lejos el
tráfico de mensajes, ideas, situaciones y pensamientos que la
palabra escrita levaba, procuradamente custodiada por un sobre
enviado por correo.
Hoy todo lo que llega por correo está lleno de una verbalidad
persuasiva y sin ideología, que se manifiesta materialmente
en las cartas de los bancos, las ofertas del supermercado, las
citaciones, los avisos de hacienda y como mucho, alguna
invitación para asistir a conferencias y exposiciones. Eso
es, al menos, lo que me pasa a mí, y cuando abro el
buzón sé que no hay lugar ni para la sorpresa ni para
el misterio.
Recuerdo un cuento:
"El almacén del virrey estaba lleno de melones. Para dar
razón de su famosa generosidad, el virrey quiso
obsequiar a un amigo suyo con ocho espléndidos melones.
Llamó a dos de sus esclavos y le hizo entrega de un sobre y
las concubitáceas, para que las llevasen al otro lado de la
selva. Antes de partir, les advirtió que la carta
tenía el poder de la visión y, por tanto, podía
contar todo lo que concernía a los melones. Pasados quince
días de viaje, los dos esclavos se sintieron tentados de
probar la exquisitez de los frutos, pero se acobardaron a causa de
la carta. Al día siguiente no pudieron resistir la
tentación de llevarse a la boca uno de aquellos
espléndidos melones y, para saborear la carne con
tranquilidad, colgaron la carta debajo de un montón de
piedras. Y volvieron a repetir la operación al día
siguiente. Al llegar a su destino entregaron el sobre y los seis
melones al amigo del virrey, que les dedicó palabras de
gratitud. Pero justo antes de partir, interrogó a los dos
esclavos sobre los dos melones que faltaban. Llenos de miedo
salieron a todo correr. Sólo cuando estuvieron más
sosegados y a muchas millas de allí, comentaron con
perplejidad el misterio de aquella carta que había podido ver
a través de la opacidad de las piedras."
Sea como sea, carta, paquete o tarjeta, todos los objetos enviados
por via postal tienen este extraño poder de videncia y, a su
vez, el de hacernos partícipes de un mundo que no está
al alcance de nuestra experiencia inmediata. Tal vez sea este
el talante fundamental del que en el argot artístico se llama
"mail-art". Una forma de expresión plástica que escapa
de los circuitos tradicionales del arte, pero que de manera
paradójica se mueve en el medio ancestral de la palabra
escrita, dirigida a un interlocutor prefijado. Y es en esta especial
combinación de emisores, receptores, canales y mensajes que
el arte se puede convertir en idea, y la idea en arte. Conceptual,
efímero, marginal, no comercializable ni museizable,
comunicador de identidades e inquietudes, provocador,
espontáneo....todo esto es el mail art"
Y así es que, si algo sobresale de esta convocatoria de
"mail art" organizada por el colectivo D.O., es que, más
allá de una barrera de piedras, gente de aquí y de
países lejanos han podido ver y participar de lo que
está pasando con las aguas residuales de la cuenca del
Riudebitlles.